Il Duende del Barocco: un viaje por el arte que se atrevió a sentir

Il Duende del Barocco: un viaje por el arte que se atrevió a sentir
Gian Lorenzo Bernini

El Barroco, en la lengua española, no es solo un periodo artístico: es un estado de alma. Es el lugar donde las palabras se curvan y las ideas se arremolinan como pliegues de un manto dorado. Es un idioma que abraza el exceso, la metáfora y la contradicción con la misma naturalidad con la que un retablo se llena de ángeles y llamas. Hablar de Barroco en español es nombrar la pasión que se atreve a sentir y a conmover, es hacer del lenguaje un espacio donde la luz y la sombra dialogan sin descanso.

Apolo y Dafne (1622–1625)

Ante la escultura de Gian Lorenzo BerniniApolo y Dafne (1622–1625), uno no puede evitar contener el aliento. En el instante preciso en que Dafne se transforma en laurel, el mármol parece romper sus límites y adquirir vida. Bernini no solo talló un cuerpo; capturó el vértigo del cambio, la tensión entre deseo y huida, el momento en que lo humano se funde con lo divino. Así es el Barroco, y así se experimenta cuando se nombra en español. No basta con mirar; hay que entrenar el ojo, la mente y, sobre todo, el corazón. Porque en la lengua española, el Barroco late con un dramatismo que conmueve hasta al lector más distraído.

Luz, sombra y la lengua que las nombra

El español barroco es un idioma que no describe: invoca. En los lienzos de Diego Velázquez, la luz no ilumina, sino que acaricia y devora a la vez. Las Meninas (1656) juega con la perspectiva y el claroscuro para hacer al espectador cómplice, casi un personaje más de la escena. Como decía el maestro: 

“La pintura no es más que una imitación de la naturaleza con luz y sombra.”

Francisco de Zurbarán, por su parte, cultiva un tenebrismo íntimo: sus santos parecen surgir de la penumbra, con tejidos que casi podemos palpar y rostros que invitan al recogimiento. “La humildad es la base de toda grandeza,” escribió Zurbarán, y en sus obras, esa humildad se convierte en silencio sagrado.

En la madera de Pedro de Mena, la escultura alcanza un realismo inquietante. Sus figuras religiosas, policromadas con detalle exquisito, muestran lágrimas de cristal y pliegues en los hábitos que parecen moverse con la brisa. Frente a ellas, la emoción se impone a cualquier análisis técnico.

Como escribió Lope de Vega

“El arte nace del alma y ha de herir el corazón antes que el oído.”

¿Es la luz lo que revela la verdad, o es en la sombra donde habita el misterio?

La teatralidad de la lengua y la forma

El español barroco no es lineal; es un idioma que se retuerce como una columna salomónica. En la arquitectura, el estilo churrigueresco floreció con la familia Churriguera, donde las fachadas, como la de la Universidad de Salamanca (1733), se convierten en filigranas de piedra. Y en el Transparente de la Catedral de Toledo (1729–32), la luz natural entra como un torrente, haciendo que el mármol y el oro ardan en un espectáculo casi celestial.

Bartolomé Esteban Murillo añadió una dulzura casi lírica al Barroco español. Sus vírgenes y niños pobres irradian una ternura que suaviza la intensidad barroca, sin perder su profundidad emocional. 

“El pincel debe ser delicado como el alma,” escribió en sus cartas.

En el Nuevo Mundo, los artesanos de la Escuela Cuzqueña fusionaron la iconografía católica con símbolos andinos: vírgenes rodeadas de soles, ángeles con arcos y flechas, y retablos que palpitan en rojo y dorado. En México, Miguel Cabrera llevó el claroscuro y la elegancia heredada de Europa a sus retratos devocionales y pinturas de castas, donde la luz parece acariciar la piel.

Como escribió Sor Juana Inés de la Cruz

“No estudio para saber más, sino para ignorar menos.”

¿Buscamos entender el Barroco o dejarnos poseer por él?

El duende barroco

El duende es ese temblor inexplicable que se siente ante un retablo iluminado por la luz de la tarde, o al escuchar un acorde menor en una guitarra barroca. Gaspar Sanz, con su Instrucción de música sobre la guitarra española (1674), convirtió el instrumento en un canal para el alma barroca, con ritmos que danzan entre lo popular y lo sublime.

En la literatura, Calderón de la Barca en La vida es sueño nos recuerda que el Barroco no teme a las preguntas sin respuesta: 

¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción.” 

Y en la voz de Pedro Calderón, la palabra se convierte en laberinto donde perderse es un placer.

¿Qué pesa más: la historia que se cuenta o el silencio que la envuelve?

Un lenguaje que respira Barroco

Hablar del Barroco en español es dejar que el idioma se convierta en gesto y suspiro. No son palabras que informan; son palabras que conmueven, que arden y que invitan al recogimiento.

En la orfebrería novohispana, los cálices y custodias de oro y plata se cubren de filigranas que parecen bordadas en aire. En las reducciones jesuíticas, la piedra labrada dialoga con la selva, y la música coral de los guaraníes sube al cielo en polifonía.

Como dijo Luis de Góngora

“Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano.”

Quizá por eso, aunque los siglos pasen, seguimos sintiendo esa llamada cuando leemos un verso barroco o contemplamos un retablo mestizo. El español, con sus curvas y sus cadencias, mantiene vivo ese espíritu.

¿Cómo se guarda un instante para siempre? ¿Es el lenguaje lo que lo inmortaliza, o es el corazón del que lo mira?

El Barroco como latido

El Barroco en español no es un estilo muerto; es un latido persistente. Vive en cada palabra que se atreve a sentir, a exagerar, a vibrar. No hay que entenderlo por completo; basta con dejar que la luz, la sombra y el idioma nos atraviesen, como el mármol que en manos de Bernini dejó de ser piedra para convertirse en emoción.


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